Fundado en 1943, es uno de esos rincones con historia que mantiene vivo el espíritu de la tapa madrileña. Ubicado en el corazón de la ciudad, este local combina el sabor tradicional con una atención cercana y un ambiente desenfadado.
En su carta destacan tapas y raciones que homenajean la cocina popular: judías blancas con oreja como aperitivo, piparras en tempura con salsa picante, pincho de bacalao jugoso y bien frito, o el mollete de oreja con huevo y salsa, que se ha convertido en una de sus especialidades más comentadas. Las papas bravas y las rabas, bien doradas y de textura perfecta, completan una oferta basada en producto fresco y recetas sin artificios.
El espacio mantiene una estética tradicional y acogedora, ideal tanto para una parada rápida como para compartir raciones con calma. Es uno de esos bares de siempre que resisten al paso del tiempo gracias a su autenticidad, calidad y vocación por el buen trato.