Lhardy abrió sus puertas en 1839 en la Carrera de San Jerónimo, y desde entonces ha sido un testigo silencioso de los grandes episodios de la historia de España. En sus salones se han tomado decisiones clave, desde la caída de monarquías hasta cambios de régimen. Más allá de lo político, su comedor ha reunido durante generaciones a figuras del arte, la literatura y la alta sociedad madrileña.
El espacio mantiene intacto su aire del siglo XIX, con estancias como el Salón Blanco o el Comedor Japonés, donde el refinamiento estético y gastronómico se combinan con una cocina de herencia europea. La experiencia de comer en Lhardy permite conectar con el Madrid más señorial, conservando la esencia de otro tiempo sin renunciar a la vigencia de sus recetas. Su espejo, citado por Azorín, sigue siendo símbolo de esa fusión entre pasado y presente que define este lugar único en la ciudad.